Hola, queridos chichipíos. Qué tal! Aquí les va un pequeño
cuento, que se me ocurrió debido al apellido de un compañero de trabajo.
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Estoy
cansada. Todo esto del entierro, me tiene loca. Diga que nuestro amigo
Sebastián Bóveda, me acompaña en todo momento, sino, qué haría?
Bueno,
en realidad, la muerte de mi marido, vino a tiempo, no lo aguantaba más. Pobre,
era bueno, pero, qué calvario! Qué suerte que Bóveda, siempre supo
comprenderme. No sentirá algo más por mí? Se quedó cavilando sobre su destino
tan afortunado. Con la muerte de su marido, había quedado bastante joven (45
años) y mucho, mucho dinero. Ahora a disfrutar!, pensó y comenzó a prepararse,
como una correcta viuda, para la misa de cuerpo presente.
No sé,
cómo voy a hacer para demostrar dolor. Algo se me ocurrirá. Y Bóveda, cómo se
sentirá? Se atreverá a decirme algo. Yo, por mi parte, con disimulo, voy a
alentarlo. Podríamos viajar por el mundo, conocer otros lugares, mientras
follamos como locos. Ah, qué hermoso sería!
Salió
de la casa, taconeando, con elegancia, se subió a su coche último modelo (que
su pobre marido le había dejado) y comenzó a conducir. De repente, se dio cuenta,
que iba más rápido, estaba tan alegre, que manejaba con habilidad y más
velocidad. Se metió por entre los autos, con destreza. Vaya, nunca lo hubiera
pensado! Yo manejando, con tanto despliegue! Obviamente, no necesito un chofer.
Mi maridito, sí, pues era bastante viejo, y ya no le daban las manos, ni para
hacerse la paja. Claro, su órgano tampoco respondía a ningún estímulo. Eso que
tomaba viagra. Bueno, qué se le va a hacer. Así era él.
Cuando
llegó a la iglesia, se ubicó adelante, y, por el rabillo del ojo, observó, que
Bóveda, estaba en el otro grupo de asientos, y que la miraba con insistencia.
Con pudor, dirigió la mirada hacia el féretro, donde descansaban, vaya a saber
uno, los restos de su marido.
Se
realizó la misa, y, luego ella se ubicó, en la puerta del templo, para recibir
el pésame de quienes habían venido e iban a acompañarla hasta el cementerio.
Cuando
vio venir a Bóveda, comenzó a temblar, como una estúpida. Trató de mantener la
calma. Él le estrecho la mano con fuerza y se la retuvo, mientras, en lugar de
darle el consabido pésame, le dijo que estaba hermosa, que su perfume lo
atraía, como la miel a las moscas. Finalmente soltaron sus manos, ella sin
decir una palabra, más gracias.
Los
restos de su marido, finalmente fueron colocados el mausoleo de la familia,
donde ya había otros féretros. Cuando todos se hubieron retirado, se entretuvo,
observando las placas de bronce, viendo que allí se encontraban los bisabuelos,
los abuelos, los padres, los hermanos de su consorte. Vaya, aquí hay generaciones
de una misma familia! Qué suertudos! Bueno, ahora, no quiero pensar en mi
muerte, pero, seguro, terminaré aquí.
Al
salir, se encontró con Bóveda, que la espera, impaciente.
-
Te acompaño?
-
Dale, estoy suerpercansada
Subieron
al coche de ella, él manejó hasta su casa. Lo invitó a tomar una copa de vino.
Conversaron
de nimiedades, durante un rato, hasta que finalmente, por decoro, él se
despidió, dándole un fuerte beso en la boca.
A
partir de ese momento, venía casi siempre, la acompañaba al mausoleo, adonde
ella iba para llevarle flores y arreglar y limpiar un poco el lugar.
Ciertamente, bastante fúnebre. Pero, eso no importaba, porque se dedicaban a
besarse y toquetearse. Todavía, no
habían llegado a las relaciones más íntimas. No quiero parecer tan fácil. Si
no, éste va a pensar cualquier cosa de mí. Yo no quiero eso. También tengo
dignidad, no estoy desesperada. Bueno, en realidad, si lo estoy, pero, no voy a
demostrarlo, hasta ver que él también lo esta. Voy a hacerme la remilgada, como
si todo este manoseo y besuqueo, me tomara por sorpresa. Soy super, cuando
quiero fingir.
Pero,
tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. Ese martes, en
particular, medio lluvioso, llegaron y casi al instante, estaban abrazados,
besándose por todos lados. Él fue quitándole la ropa, mientras gritaba
suavemente, para que no la oyera el cuidador y también, le quitaba la ropa a Bóveda.
Se enroscaron, comenzaron una danza frenética, hasta que ella fue a dar contra
una bóveda, bastante antigua, cubierta con una place de mármol. Sus meneos,
cada vez más fuertes, empujaron la tapa y ambos cayeron dentro de ataúd, donde
había unos pocos huesos, y aunque se pincharon, continuaron con lo suyo, aunque
ella hablaba cada vez más fuerte.
-Sacame
de aquí, me estás reventando los huesos
- No
puedo, tengo la pija rehinchada, necesito tenerla bien adentro.
Finalmente
arribaron ambos al climax y con mucho esfuerzo, salieron del féretro. Se
vistieron sin mirarse. Salieron con caras pálidas y una miradita de horror.
La
llevó a su casa y se marchó, casi sin despedirse.
Adiós
Boveda, metésela a tu esposa. Yo me voy. Qué voy a hacer aquí? Este pelotudo,
ni siquiera es oportuno para follar.