Hola, queridos chichipíos. Qué tal! Aquí les va un horrendo cuento.
FINAL INESPERADO
Salió de su trabajo, como siempre, a las cinco de la tarde. Se dirigió a su auto, canturreando una canción de moda, cuya letra desconocía. Abrió la puerta, subió, arrancó con gentileza y maniobró entre la telaraña, que los coches tejían con impaciencia, con un mismo objetivo: llegar a casa.
Estaba hambrienta y ansiosa por llegar y sacarse esos zapatos del demonio, que le pellizcaban los pies.
Al arribar, miró con orgullo la casa, su casa, que había comprado con un crédito y pagado con su propio esfuerzo. Se sentía libre, independiente. “Poderosa”, pensó y sonrió, al hacerlo.
Abrió el portón de rejas, con el control remoto e hizo avanzar suavemente el coche, por la explanada, hasta el garage. Volvió a cerrar el portón de calle. Se bajó del auto. Lo dejó afuera, pues pensaba salir más tarde. Introdujo la llave, en la puerta de entrada y la abrió. Se adelantó unos pasos, cuando una mano fuerte y pesada, la empujó con violencia, al tiempo, que cerraba la puerta de una patada. S golpeó la cara contra el suelo y el labio inferior, comenzó a sangrarle. Intentó levantarse, pero quien fuera volvió a empujarla, esta vez con más fuerza, mientras le decía:
-¡Quedate quieta, perra sucia! – y prosiguió, con gangosa – No te hagás la difícil
Así y todo, la mujer forcejeó, trató de rasguñarlo, con sus uñas pintadas, algunas de ellas se quebraron, por la acción. La dio vuelta, y, cuando la tuvo de frente, la golpeó brutalmente.
- Quedate quieta, mugrienta!- le dijo con voz gangosa –Ya vas a ver lo que es bueno – agregó mirándola fijamente.
Ella, sólo podía ver sus ojos, pues tenía la cara cubierta con un pasamontaña. Volvió a golpearla y se desmayó.
Le arrancó la ropa con prisa, con expectación. La frutilla del postre: le sacó la bombacha de color rosa. La olió, como si la esencia de ella estuviese en su ropa interior.
Con habilidad, sacó un consolador, de una pequeña mochila, que llevaba y había dejado a un costado.
Se abrió el pantalón y su verga enhiesta, creció con la exitación. Introdujo rápida, agresivamente, el consolador, en la vagina de la mujer, con la cara hinchada. Lo hizo, con tal fuerza, que ella se despertó, se quejó del dolor y comenzó a llorar. Mientras más lloraba, él le introducía, con más energía el consolador. El dolor se volvió insoportable. Repentinamente, el hombre eyaculó sobre su vientre desnudo. Su respiración se fue aquietando, se relajó. Entonces, buscó nuevamente en su mochila, manipuló con facilidad y extrajo un pesado martillo. La golpeó, dos veces en la cabeza y salpicó todo, con sangre, con sangre de ella. La golpeó varias veces, hasta que su cráneo aplastado, pareció una rosquilla de color rojo. Una mancha obscura, comenzó a deslizarse, a expandirse, por el suelo. Asqueado ante la idea de ensuciarse los zapatos, se levantó y se hizo a un costado.
Con la práctica de alguien experimentado, juntó sus cosas, las guardó, tomó la mochila y salió, por la puerta trasera.
Comenzó a sonar el celular de ella, insistentemente.
Al día siguiente, apareció la noticia en el diario y todos los canales de aire. Se buscaba al agresor.