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HOLA, QUERIDOS CHICHIPÍOS . QUÉ
TAL! ESTUVE PENSANDO EN ESTE CUENTO, MEDIO, MEDIO. PODRÁ HABE MEJORES, PERO,
BUENO, ESTO ES LO QUE ESCRIBÍ:
¡Qué boludo¡ Por qué habré dicho
que no? Lo único que hice fue poner en peligro a Beatriz y Juanita. Con lo que
las quiero. Así reflexionaba, Andrés, dueño de un almacén general, en
Chacabuco.
Cuando esos atorrantes, banda de
ladrones, que habían venido a pedirle una contribución, a cambio del bienestar
de su familia, se había rehusado,
-Estúpido, sólo eso soy. Qué voy
a hacer. Veo que Beatriz está preocupada. Pero, pagarles, me parece que no,
sino, siempre vamos a ser sus esclavos.
Qué suerte que va a ver a su mamá
en Buenos Aires. Yo, me quedo, así esos desgraciados, creen que seguimos aquí.
No le voy a decir más que se
quede allá, con Juanita, que eso será lo mejor hasta que las cosas se arreglen.
De repente, las escucha entrar,
charlando alegremente. Se saludan y Beatriz lo mira y comprende su
preocupación. Manda a la hija a su dormitorio y habla con él:
-Qué pensás Andrés? Estamos en peligro? Andrés la miró
con una sonrisa tierna y le dijo:
-No, pero, creo que sería mejor que te quedases en la
casa de tu madre. Hasta que todo se solucione, sabés! Se abrazan con dulzura y
dolor, dolor por la separación que se imponía con fuerza, porque de otro modo
su hija estaría en peligro.
Al día siguiente, con las maletas
hechas, ya estaban listos para ir hasta la estación, Juanita, estaba
supercontenta, al fin iba a conocer a la ciudad más importante de Sudamérica.
Lo que no sabía, es que jamás volvería a ver a su papá.
Cuando el tren llegó, los
consabidos abrazos, besos y recomendaciones. Andrés se quedó largo tiempo,
saludando con la mano levantada. Se sentía tan solo, que casi quería llorar,
pero, no había otra cosa que hacer.
Volvió a su casa, se quitó el
saco, prendió la cocina y puso a calentar la pava para hacerse un té. Se quedó
mirando las paredes de colores, las cortinas. Se fue a tomar el té al comedor,
y allí, observó las fotos de su esposa y su hija. Acarició los marcos de las
mismas, como si fueran ellas. Ya las extrañaba un horror.
A la tarde, fue a abrir el
negocio. Vinieron dos clientes, vendió algunas cosas. Repentinamente, entraron
esos estafadores de la
Municipalidad, y le exigieron el dinero. Andrés se negó. Se
escuchó un sordo ruido y su cuerpo cayó, sobre unas botellas de lavandina. Ahí,
quedó, quieto, con los ojos abiertos. Los tipos lo miraron y uno de ellos dijo:
- Estúpido, por qué no pagaste?
Salieron, tranquilos, sin ninguna
prisa.
Años después., Beatriz volvió
para ver la casa, quizás a su esposo. Su hija ya era una hermosa adolescente.
Volvieron adónde estaba la casa. Pero, actualmente había una gomería. Ambas se
quedaron un momento mirando, con tristeza. Y luego, volvieron a la estación,
para regresar a Buenos Aires, Ahí, comprendió, que nada ya la ataba a ese
pueblo de porquería.