Hola, queridos chichipíos. Qué tal! Esta vez, para no ser tan pesada, les escribo un cuentito, que podría ser fatal.
"Se miró al espejo. Vio su cara y su nariz, enrojecidas por el llanto.
Le había prometido, "muchas veces", pensó para sí misma. En realidad, nunca había cumplido.
Cada vez que faltaba a su palabra, él la dejaba, pese a que quería mucho al chico de 13 años que era su hijo. Se iba a la casa de la madre, ella lo llamaba, le rogaba y finalmente, lograba, que él volviera.
Éstas idas y vueltas, ya habían pasado, por lo menos, cuatro o cinco veces. No recordaba bien. Pero, siempre había tenido éxito, en hacer que volviera al hogar.
Sin embargo, en esta oportunidad, lo llamó varias veces y le contestó la madre. Preguntó por él, pero, le dijeron que no quería hablar con ella.
Por eso, estaba llorando, frente al espejo, tratando de arreglarse para ir a la escuela, donde trabajaba. No quería que se le notase, que había estado llorando. Aunque el color rojizo de su cara, no dejaba lugar a dudas, de que probablemente, tomara demasiado alcohol. En realidad, a veces se ponía tan borracha, que no reconocía ni siquiera a su hijo. Y para colmo de males, ahora él se hacía el interesante. Bah, que voy a hacer!. Se demoró en sus pensamientos, y las lágrimas volvieron a surcar sus mejillas. De modo que se puso más colorada. Cansada, fue hasta la cocina y sacó de la alacena, una botella de vino, a medio tomar. Empinó la botella y tomó dos grandes tragos. Enseguida, se sintió más animada. Con la botella en la mano, volvió a su dormitorio. Volvió a mirarse al espejo, y de repente, un ataque de risa irrefrenable, la invadió. Rió hasta llorar. Otra vez, pensó, me lo merezco. Después de todo, nunca cumplí, ni con él ni con mi hijo. Merezco cualquier cosa, continuó pensando. Se levantó, por la ventana abierta, salió al balcón. Medio mareada, se acercó a la baranda y miró hacia abajo. Sintió que las cosas le daban vueltas y retrocedió. Estaba muy lejos el asfalto de la calle, la acera parecía una banda elástica, que rodeaba la cuadra.
Una súbita decisión, le hizo apoyar la botella en el piso del balcón, entró al dormitorio, tomó la silla, donde había estado sentada y la arratró hacia afuera. La apoyó contra la baranda, medio consciente, casi darse cuenta se subió. Sintió, que ya no valía la pena continuar esforzándose. Era una ebria perdida, no podía controlarse, no tenía voluntad, el alcohol la dominaba, y pese, a sus esfuerzos, siempre volvía a él. Una vez sobre la silla, miró hacia abajo, y ahora, no le pareció tan lejos. Mejor era librar a su hijo, a su pareja, y porque no, también a ella. Estaba extenuada, con la mirada algo borrosa, sin entender muy bien que hacía, se inclinó hacia la baranda, cuando escuchó la puerta de calle...