Hola, queridos chichipíos. Qué tal! De tanto vivir en torres de cristal, de comer carne de animales, que otros asesinan, se nos venido a ocurrir, que vivimos en el paraíso, ignorando que el paraíso se encuentra afuera. Nos aguarda con sus árboles intrépidos, rumorosos, con sus flores aguerridas, agarradas con uñas y dientes de los frágiles tallos de los arbustos. Con esas nubes errantes, que nunca que se quedan quietas. Y tan pronto tapan el sol, como se asientan sobre un rascacielos, que lo único que sabe hacer, es hacerle cosquillas al cielo.
Pero, a través de los gruesos cristales, no estamos mirando hacia fuera, miramos dentro de nuestro espacio, departamento o casa, y creemos, tontamente, que esa mesa, las sillas rústicas, los equipos de sonido, el televisor son el edén y pensamos: He aquí el paraíso.
Sin embargo, a poco que andemos, descubrimos que hemos perdido el rumbo y por ese mismo motivo, no vamos con la Tierra, vamos solos. Las sillas, la mesa, las estanterías, jirones de algún árbol asesinado, no pueden confortarnos. Necesitamos el consuelo de otra persona, pero, lamentablemente, a las otras personas les pasa lo mismo: están obnubiladas por esos mismos cristales, por esas mismas cosas, y por todo lo material, que supimos conseguir. Sólo al morir, aprendemos que nada va a la tumba con nosotros. Solamente nosotros en la tumba, solos, pues nuestro cuerpo se pudre, no sirve para vivir, pero da vida. Es la única cosa material, que pueda dar vida. Qué tarde comprendemos que el paraíso está dentro de nosotros y afuera, jalonado de galaxias, planetas, algún meteoro insidioso, la rosa del Principito, arrojada sobre el tálamo vacío, el talego vacío, porque no hemos aprendido a llenarlo con los valiosos objetos, que el paraíso nos brinda, como el agua prístina, el color del cielo, el vuelo errante de un águila, el graznido de un cuervo celoso, la tímida hierba, que asoma muy poco, por encima del suelo, y tantas otras cosas, inútiles según nosotros, pero, tan necesarias al final. Qué extraordinario! Recién cuando cerramos nuestros ojos, aprendemos a mirar. No esperemos la muerte con los ojos abiertos, pero sin vida, empecemos a mirar ahora. Y, cuando ella venga, la veremos, como a una amiga, pues gracias a ella, se da el momento cúlmine, el momento en el que damos vida.
Vermut con papas fritas y good show.
Hasta la victoria siempre compañero Kirchner.
Fuerza Cristina.