Mis queridos chichipíos, hoy tuve que sacrificar a mi gata, que tenía un carcinoma de lengua. Aunque la operamos, le hicimos quimioterapia endovenosa y oral, no ha podido lograrlo. Su partida ha producido un hueco en mi alma, un vacío indescriptible. Su ausencia, se suma a la de otros seres que me han acompañado a lo largo de la vida: Citrito, Gloria, Parásito, Feucho, Bebucho, la Madre, Dorado, Negrita, Oso, Bambina, Negrito,sus hijos recién nacidos, que contrajeron todos el parvovirus, Rayita, Gris, Grisina, Negro, Babosa Mimosa y por último: Rulipinti y mi querida Piratita. Todos ellos, sin yo darme cuenta fueron formando mi espíritu al brindarme sus sentimientos sin retaceos, su comportamiento de amor y entrega. Me han dado tanto, que es difícil saber si yo pude darles algo. Me han llenado, en el sentido de completitud, de sentirme amada por mi misma. Sólo puedo decir, que continúo amándolos, porque aunque parezca de película el amor nunca muere y se va con nosotros, todos ellos y yo.
El amor es la fuerza más poderosa, nos hace mejores, nos libera del odio, de la envidia y nos coloca en la posición de poder dar. Dar es una bendición, que cuando uno ama a los demás, sin preocuparse de apariencias, del origen y posición económica (eres según lo que tienes), te lleva a superar tus propias barreras, llegar a logros inesperados, a abandonar el inútil deseo imbuido por la cultura dominante. Y como diría Heidegger, el conocer la finitud de nuestra existencia, vuelve la vida densa, poblada de sensaciones amorosas, nuestra vida se vuelve auténtica. Abandonamos los mensajes pasatistas de las publicidades, el deseo de experiencias renovadas a cada instante. Finalmente, en un sentido comprometido y responsable , nos volvemos libres: los demás animales ya los son. Nosotros debemos superar esta imposibilidad, para poder ser libres. El amor es la fuerza que nos libera de nuestra miserias, al entender nuestra finitud, que al igual que los demás animales morimos y que nuestro único legado, nuestra única herencia son nuestras crías, que como todas las demas crías necesitan amor.
Todo lo que digo parece un mensaje religioso. Quizá lo sea, pero no en sentido tradicional, sino en el sentido de sentirnos iguales y con los mismos derechos que los demás seres vivos, que quieren vivir, tener un espacio donde hacerlo y que quieren que sus crías prosperen. Por ejemplo, el árbol que está en la vereda de la calle de mi casa, ha tenidos sus crías: dos de sus hijos están prosperando y eso me llena de placer: ver la continuidad de la vida en los hijos, de cualquier especie que sean.
Ésto es sólo un sencillo homenaje a todos aquellos que me acompañaron y que murieron, todos junto a mí. Los llevaré siempre en mi corazón, como a Pelusita, cuyo fallecimiento es de hace más de diez años, y continúa como siempre, fuerte en mi corazón. Mientras más seres me acompañan, más espacio encuentro en mi corazón.