Hola, queridos chichipíos. Qué tal! Aquí les mando un pequeño cuento escalofriante, que muestra, a qué nivel de monstruos podemos llegar, sin darnos cuenta.
"EL DESPELLEJADOR
Estaba, como todos los días, cumpliendo con sus tareas habituales. Se había a costumbrado tanto a ellas, que no le repugnaban. Por el contrario, las realizaba con toda dedicación. Estaba empleado en una granja, cercana a su casa. En ella, se criaban chinchillas, de las cuales se extraía la piel, para ser vendida y utilizada, en hermosos tapados y camperas, que se expendían a un precio exorbitante. Por supuesto, el dueño de la granja solo obtenía unos míseros pesos por esas pieles; dinero que compartía con Julián, su único empleado.
Él estaba encargado de todo en la granja. Alimentaba a las chinchillas, las aseaba con esmero y las cuidaba muy bien, para que no se dañaran sus hermosos pelajes.
Cuando llegaba el momento de obtener sus pieles, con gran maestría las colgaba de sus cuatro patas y con un cuchillo afilado las descueraba, mientras estaban vivas. Estaba tan en lo suyo, que no sentía el dolor y el horror, que les hacía pasar a esos hermosos animalitos, hasta que los apuñalaba, cuando ya les había extraído su piel.
Regresaba a su casa, no con mucho ánimo, pues lo esperaba su esposa, quien siempre estaba reclamando más dinero, que no le alcanzaba, que por qué no se conseguía un trabajo menos sucio, bla, bla, bla… Casi no la escuchaba, al igual que a las chinchillas.
Ese día regresaba, particularmente molesto, pensando en el recibimiento que tendría. Traía, colgando de su cintura, el afilado cuchillo, que usaba para matar a las chinchillas.
Al entrar, en la mísera casucha donde vivía, lo recibió, Ester, su mujer, quien empezó a parlotear, igual que las chinchillas, que chillaban y gruñían, mientras las despellejaba. Le pareció que su mujer era una chinchilla gigante, por lo tanto, su voz era más sonora y lo aturdía. Inesperadamente, la tiró al suelo de un sopapo. Luego, afanosamente buscó una cuerda, le ató los tobillos y la colgó de la viga del techo, como a las chinchillas. Mecánicamente, sin pensarlo, le abrió el pecho y comenzó a extraerle la piel. La mujer, gritaba con toda las fuerzas de sus pulmones. Pero, quién la oiría? Vivían en el campo, alejados del pueblo. Por lo tanto, sus gritos se apagaron en el bosque cercano.
Cuando terminó de despellejarla, su mujer no gritaba más. Bueno, al fin se había callado. Durante el despellejamiento, Ester se había desangrado, y ahora, colgaba del techo, como cualquier animal, muerta.
Recién entonces, la luz se hizo en su cabeza, y comprendió, con horror, que había matado a su esposa. Se sintió inquieto, y si lo descubrían. Bajó el cadáver, lo envolvió en una sábana grasienta y lo arrastró afuera. Prestó oídos, pero no escucho nada, excepto el canto de los pájaros. Fue al galpón, buscó una pala y se dirigió al bosque, donde comenzó a cavar un agujero.
Finalmente la había enterrado. Al día siguiente, fue a su trabajo como siempre. Su patrón apenas lo saludó, ignorante de lo que había sucedido.
Ese atardecer, al volver, creyó oir crujir de ramas. Prestó atención, “seguro, algún animal salvaje pensó” y siguió su camino.
Al llegar a su casa, se encontró con la gran mancha de su sangre que su mujer había dejado al morir; la muy roñosa, hasta para morirse era mugrienta"
Vermut con papas fritas y good show.