Hola, queridos chichipíos. Qué tal! Aquí les va un cuento pobre, bastante infeliz.
UN POBRE CUENTO
La tierra firme, opuso resistencia a sus pasos. Tantos años de transitarlo, lo habían convertido, casi en piedra.
Le dolían los pies, pero siguió su marcha, nervioso, dando giros, contragiros y caminatas apresuradas, por la habitación de madera.
Un farol de kerosene, pendía del techo, iluminando malamente la estancia. Las facciones del hombre, se confundían con las sombras. Sólo el brillo de sus hundidos ojos era perceptible. Estaba fumando un cigarrillo, de mala calidad, con feo olor. Y, cada vez, que lo pitaba, se encendía una pequeña luciérnaga, en su mano.
Sus ropas, gastadas y sucias, le daban el aspecto de un linyera, un pordiosero. Siempre no había sido así, alguna vez fue alguien. Ahora, no era nadie.
Retomó sus marchas, meditabundo. La luz de la luna, se filtraba por los huecos de la madera de la pared, creando pequeños charcos de luz, que de vez en cuando, deshacía con sus pies, calzados en viejas alpargatas de lona.
Finalmente, tomó una decisión. Salió del cuartucho, caminando a trompicones, por una senda irregular, coronada de piedritas, iluminada solamente, por la luna. Se fue directo a la casa de “el Porro”, donde ya lo estaban esperando.
Se habían enterado que el cuñado de El Porro había recibido un dinero por la venta de una moto.
Siempre, habían hecho trabajos juntos. Se habían encargado de varios asuntos. Incluso, en una oportunidad habían asesinado a alguien, que se quiso hacer el vivo con ellos. Tuvieron que matarlo, para mantener su dignidad, frente a la villa.
De repente, involuntariamente, pensó en La Betty, se vino a su mente la imagen de su hijo pequeño, recién nacido. Se parecía a él, con el pelo negro y los ojos casi verdes. “Bah, casi todos los recién nacidos tienen los ojos de color”, pensó con una cierta dulzura.
Sorpresivamente, cambió su rumbo. Se dirigió a la casilla, donde convivía con La Betty.
Llegó calladamente, y entró. La Betty tomada de sorpresa, por su llegada, lo interrogó, bajito, con miedo. Lo único que hizo fue decirle, que se las tomara de la villa, con su hijo. Que se fuese a otro lugar, donde nadie pudiera encontrarla. Que no tratara de buscarlo, que tirase su celular, para que ningún desgraciado pudiese hallarla.
Se fue tan bruscamente, como había llegado. La Betty, ni lerda ni perezosa, tomó sus pocas cosas, agarró al bebé, con extremoso amor y salió, en la medio de la semipenumbra, creada por la luna y se fue.
Llegó a la casa de El Porro, entró, y sintió la mirada fija de todos en él.
-Pensé que ya no venías- le dijo El Porro – Qué te pasó?
-Se me hizo tarde, me demoré limpiando la pistola.
Sin mas, a una inclinación de la cabeza de El Porro, todos iniciaron la marcha, en silencio. Iban decididos, por eso, no hablaban, no hacía falta.
Llegaron a la casa del Roly, cuñado de El Porro, se acercaron despacio. Espiaron, a través de los sucios vidrios de una ventaducha, que daba al patio de tierra. Vieron que Roly estaba solo. Entraron, y le apuntaron con sus pistolas.
-Entregá la guita, o te quemamos- dijo El Porro, con sus facciones inescrutables.
Hizo, como que no los había escuchado e intentó levantarse, y ahí no más, les dispararon los cuatro hombres. Luego se dedicaron a buscar la plata. La encontraron y salieron. En las casillas, todo parecía normal. Nadie iba a arriesgarse a ir a ver, después de haber escuchado disparos.
Se alejaron rápidamente. Al llegar a la casilla de El Porro, se repartieron el botín. Aprovechó esa oportunidad, para decirles que esa era la última vez, que hacía un trabajo con ellos. Que no quería exponer más su vida, ahora tenía una familia que lo necesitaba.
-Tenés razón, viejo, mejor que vayas con tu familia- le respondió El Porro, y cuando se dio la vuelta, para irse, El porro, le disparó por la espalda.
-Estúpido, mirá si íbamos a dejar que te fueras – expresó El Porro, le disparó en la nuca y lo escupió – Desgraciado.
Se quedaron un rato más. Rociaron la casucha con gasolina, le prendieron fuego. Huyeron rápidamente.
Las llamas, pronto se extendieron, y algunas casillas comenzaron a arder. En el revuelo, los tres sujetos desaparecieron.